Friday, March 02, 2007

EN NUESTRA LUCHA POR LA IGUALDAD

En su lucha por la igualdad, la comunidad gay, lesbiana, bisexual y transgéneros se enfrenta a un poderoso adversario. No se trata de los obispos y los ministros de las iglesias ni se trata meramente de los legisladores conservadores y ultraderechistas. Se trata de la concepción del Estado mismo.El Estado moderno democrático, según surgió en Europa y América, es hijo del cristianismo (Lindsay). Nace de la idea de que el poder del pueblo y sus derechos naturales provienen de Dios. Los autores de la Constitución de los Estados Unidos, por ejemplo, pensaban que la vida democrática es la verdadera forma de vida cristiana. El cristianismo se convierte en la fuente y defensa de los derechos de las personas frente a los tiranos y los déspotas.La Biblia se utiliza no sólo como guía en materia de religión, sino además como evangelio político (Strauss). Para millones de personas, la Biblia es Dios mismo, el Verbo. Pero esta concepción del Libro Sagrado ha tenido que, en muchas ocasiones, ceder a la Razón. Ya no es razonable, por ejemplo, hacer la guerra y exterminar a todo un pueblo, incluyendo a las bestias, porque no cree en Jehová (Éxodo). Ni es apropiado obedecer la ley de Moisés que pide lapidar en la plaza pública a la mujer adúltera. Y, sin que nos cueste la vida, podemos negar que la Biblia sea la palabra de Dios.Dado que el pensamiento cristiano influye, para bien y para mal, en la creación del Estado moderno democrático, no es fácil pedirle a un legislador que descarte, de golpe y porrazo, la visión moral que ello entraña. Lo que no deben olvidar los políticos, los obispos y los pastores, sin embargo, es que la igualdad de todos los seres humanos es también un principio cristiano y que la Razón no es rival de Dios.

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